MACARRAS INTERSECULARES (Una historia de Madrid a través de sus mitos callejeros)

De Iñaki Domínguez, había leído meses atrás El signo de los tiempos, al que me enfrenté en su momento, sin ningún tipo de información previa, e incluso con cierto recelo al aparecer en su portada de manera destacada, el manido Charles Manson. El libro me volvió literalmente loco, me encantó, a pesar de que el contenido -un repaso a psicópatas y criminales del siglo XX - lo había digerido a paladas sobre todo en los 90, época en que me obsesioné con el tema de manera preocupante. Aún así, me ayudó a descubrir matices sobre temas en los que me creía casi un experto.

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De Macarras interseculares no sabía nada, hasta que hace una semana escuché en Radio 3 una entrevista con el autor y literalmente, me voló la cabeza; creo que era el libro que siempre soñé leer. Me encanta leer sobre Madrid y sobre cualquier aspecto de la ciudad, pero que a alguien se le ocurriera hacerlo sobre macarras, bandas y escenas suburbiales me pareció una idea brillante. Así que lo busqué, di con el en los complicados días de la pandemia, y empecé la aventura de leerlo.

El libro, perfectamente narrado y estructurado, con un trasfondo sociológico que le da aún más valor; recorre en sus distintos capítulos la historia de Costa Fleming, los años 70 en Lavapies, la llegada de la heroína de la mano de hordas iranís, las peleas entre tribus urbanas, las primigenias pandillas de los años 60, los nazis, las bandas de Los Franceses o del Moco, La Prospe, Torrejón y la explosión del Hip Hop…

Para el que no lo haya vivido, va a ser una experiencia total conocer todo este submundo y, para él que como un servidor si lo haya hecho, una cascada de recuerdos, de esos en origen duros, pero que con los años se han ido enterneciendo a golpes de nostalgia. Supongo que por las dos o tres veces que tuve que salir por patas delante de skinheads, o de unos enfurecidos rockers por las calles de Malasaña, tuve la suerte de correr más que ellos y salí indemne, cosa qué algunos amigos no pueden contar, y se llevaron algún bofetón, algún navajazo en la nalga o la caricia de un puño americano. Años complicados donde cada día era una aventura, que se podía convertir en una pesadilla si algún indeseable de estos, se cruzaba en tu camino con el mono, el colocón desaforado o simplemente las ganas de amargarle el día a alguien.

Llevo casi 30 años viviendo en Chueca, y la he vivido en todas sus etapas - desde los duros primeros 90, donde directamente no era recomendable pasear solo a ciertas horas y por ciertas calles, con legiones de zombies buscándose de manera desesperada una vena donde chutarse en plena luz del dia - hasta la explosión gay. 

En Malasaña me hice persona, y también sufrí a los yonquis de la época, a los camellos de centraminas en una calle Fuencarral oscura y sórdida, al Simón, el rocker negro, integrante de Los Franceses que nos tenía literalmente aterrorizados a los chavales y que nos lo hacía pensar dos veces antes de pasar por la plaza del Dos de Mayo, o por la puerta del King Creole. 

Foto de Miguel Trillo

Foto de Miguel Trillo

He tenido amigos, pijos de familia, que eran más malotes que muchos macarras suburbiales. Otros que se engancharon a la heroína para rebajar los excesos de pastillas consumidas en noches interminables en el Attica y he conocido a amigos que eran punks; y que de la noche a la mañana, se convirtieron en nazis que salían de cacería por las calles, para después entrar a formar parte del gremio de porteros de discotecas.

 He vivido, y colaborado, en el Locals only de los skaters de Colón y las tensiones con los rollers de Recoletos. He comprobado como los niños tenían que salir de Caribbean, la mítica tienda de skate madrileña cuando estaba en la calle Columela escoltados para que no les robasen el Pedro Gómez recién adquirido a 50 metros del establecimiento. También allí viví el  boom de los bakalas que tomaron las sudaderas de la marca Powell Peralta como uniforme de identidad; y acudían los sábados por la mañana, con los ojos como platos y las mandíbulas desencajadas, a comprarlas entre sesión y sesión, entre el Specka y el New World de la Plaza de los Cubos.

Foto de Miguel Trillo

Foto de Miguel Trillo

Así que puedo dar fe de lo increíblemente valioso que es este libro, recogiendo de manera brillante y excelentemente documentado, un trozo imprescindible de la historia de Madrid, y qué gracias a este, gracias a Iñaki Domínguez, va a quedar viva para siempre.