BARES

El otro día me hacía eco, vía mis RRSS, del cierre de EL ALMIRANTE. Un bar de la calle del mismo nombre, aunque tenia apellido “De los bocadillos”, a escasos metros de la oficina de Subterfuge, y donde los últimos 20 años he pasado grandes y pequeños, momentos. He celebrado firmas de contratos, he negociado otros que finalmente no cuajaron, y he entrevistado a personas que trabajan conmigo (no hay mejor CV que saber disfrutar de una cerveza en compañía). He escuchado propuestas honestas y deshonestas, he pasado horas inolvidables con amigos, con Irene, mi mujer y he visto crecer a mis hijos a medida que conquistaban la altura de la barra, o cambiaban el hábito de la patata frita a la aceituna. Allí vi a Angelito hacer bocadillos hasta su jubilación; empezó en 1978, Argentina conquistaba el Mundial de Fútbol , y él empezaba a meter boquerones entre pan y pan, en una barra en forma de isla, de la que hablaba con orgullo incondicional.

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Al otro lado de la barra, la complicidad de Paulino Lloret, el camarero más fetén que jamás he conocido: por madrileño, sabio y profesional. Desde que bajaron la persiana para siempre, ya eché de menos esa terapia diaria con el, esas cañas comentando la jugada del día, el partido del domingo , o los chismorreos del barrio. “Afterwork” lo llaman ahora…

Compruebo con dolor, que no solo cierra EL ALMIRANTE, si no que también lo hacen ¡5! más en un radio de acción de 100 metros y en apenas 2 semanas : BRISTOL, EL 4 DE XIQUENA, EL TEIDE Y AMBIGU de la calle Bárbara de Braganza o EL BORBOLLON de la calle Recoletos, donde para muchos se servía la mejor tortilla de patata de la capital. Leo artículos sobre la degradación de mi querida Malasaña arrasada sin piedad por una  especulación cuasi genocida, que han transformado lo que era el corazón de Madrid para muchos, en un parque de atracciones para guiris, y no tan guiris.

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Paseo por Bravo Murillo, desde la Glorieta de Cuatro Caminos, y compruebo desolado como ya no queda nada del barrio que fue, una sucesión de pequeños comercios, que amenizaban cada expedición a la imprenta ALG. EDICIONES DEPORTIVAS, de la calle San Raimundo, donde todas las compañías independientes fabricábamos las portadas de nuestras primeras referencias en vinilo, y que dirigía con mano férrea el temible Señor Piñeiro. Actualmente apenas sobreviven un par de mercerías de esas que se resisten a echar el cierre a pesar de lo caduco de su propuesta en descoloridos escaparates; una zapatería de las de antes, de las de pantuflas y guatiné; e incluso una cordelería que huele ya a camposanto. Hasta el Carabanchel de la resistencia, sucumbe y transforma sus carteles de establecimientos de toda la vida, por placas de plástico impersonales. De los callos a la Big Mac, del cocido madrileño al buffet libre, de la bodega de vinos al “Todo a 100”.

Hace poco estuve en Vallecas. La Vallecas de Pablo Iglesias, Felines y Quique Peinado, junto a mi hijo Nicolás, para aprovisionarnos de vinilos en “Potencial Hardcore”, la tienda del incombustible Fernando Márquez. Al salir, tuve que andar más de 300 metros hasta encontrar un bar decente, con cerveza decente donde repasar los tesoros encontrados en las combativas cubetas.

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Con mis grandes amigos El Rana y Javier Liñán, he desgastado muchos metros de barras que ya no existen, y otro tipo al que aprecio de verdad, Carlos Cavestany , me confirma el cierre de EL BRILLANTE de Eloy Gonzalo,. LA TASCA SUPREMA de la calle Argensola nos deja un poco más huérfanos y la cervecería SANTA BARBARA de la calle Goya, a donde tirar cerveza era un arte, ahora es una tienda “Orange”. Ah, olvídate de los mixtos de Nebraska, el bocata de calamares de CORRIPIO o de las tortitas de MIAMI (si abuela…), la oreja a la plancha de CASA HIGINIO en la calle Príncipe, o la mala leche de los camareros de los café CAFÉ COMERCIAL, que lo han vuelto a abrir con el mismo nombre, pero sin la solera de antes, más cerca de la madera decapada y la bicicleta, que de la barra de estaño y el sifón rellenable; la tertulia sucumbe ante la wifi. Siempre nos quedará la calle Ponzano, la calle que se enorgullece, y yo aplaudo, de no tener ni una franquicia entre su selecta oferta gastronómica. La ronda más apetecible hoy.

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Leo y releo artículos sobre la gentrificación, la pérdida de la esencia y personalidad de algo tan necesario como los barrios, sobre las acciones contra el turismo invasivo, la plaga pandémica de los llamados ”Airbnb” o lo que es lo mismo, el nuevo pelotazo inmobiliario soñado por el ciudadano medio….y veo como las grandes cadenas de franquicias impersonales rellenan cada hueco, y tiemblo solo de pensar que puedan llegar a mi calle, a mi barrio, ahora mismo totalmente asediado. Lo disfrazan bajo subidas de alquiler y jubilaciones anticipadas, pero detrás hay un asedio y una persecución que culmina con la conquista. Todo el mundo tiene un precio, amigo.

También mientras todo esto ocurre, mi buen amigo Antonio Mazón, publica un recomendabilísimo libro llamado “El secreto del éxito de los bares”, una oda al sueño de montar un bar, con el propósito claro de generar un foro de encuentro alrededor de unas cañas, unos vinos o unas tapas. De lectura obligatoria para amantes de la barra, a un lado u a otro de esta.

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Supongo que la conclusión a todo sería el tópico “se acaba una etapa”, que más que consolar, ahonda más la herida. Hace poco escuché decir a un sabio que el recuerdo es bueno, pero que la nostalgia es mala. Desgraciadamente no lo sigo al pie de la letra. Paseo por muchos sitios donde los recuerdos me asaltan, la nostalgia me invade, me hace zozobrar, me cabrea e indigna. Y más qué de por cómo eran las cosas, por cómo lo son hoy.